viernes, 25 de diciembre de 2009

Rutina

De Internet se dicen muchas cosas, pero lo que no se puede negar es que nos permite ponernos en contacto como ninguna otra herramienta lo había hecho antes.

Así conseguimos llegar de un país a otro, o de una región a otra de un mismo país, haciendo tan solo un click, con la facilidad y el poco tiempo que eso significa. Salvamos además las diferencias horarias: podemos estar durmiendo mientras alguien, al otro lado del mundo, se entera de que existimos, y viceversa. Y con todo esto, nos deja ir agrupándonos según gustos y afinidades, de una forma muy parecida a la vida real (detrás de la herramienta está el hombre, al fin y al cabo).

Pero conste que digo “ponernos en contacto” y “saber que existimos”, porque conocernos es otra cosa. A veces tan difícil de lograr aún teniéndonos frente a frente, que sería iluso pretender que suceda sólo con estos ratos en que tomamos el teclado.

Y en este ponernos en contacto, tuve la fortuna de llegar hasta Rosa Fasolís, con quien compartimos varios y muy agradables mails, y de leer luego su poesía, pero esta vez de papel y hueso, que ella misma me envió desde Rosario hasta Buenos Aires.

Con su autorización, transcribo ahora el poema Rutina, que da inicio a su excelente libro Sacramento y Ceniza. Lo recomiendo.

¡Feliz Navidad!


Rutina

El invierno deporta pájaros.
(Conoce la rutina: sólo eso).
Alguien dibuja un pájaro; alguien
guarda la memoria del dibujo
en una hoja secreta.
Los que caminan con apuro piensan:
ya vendrán.
(Conocen la rutina: sólo eso).
Sin embargo
alguien, en algún lugar,
dice la oración por el regreso,
prefigura el anatema.

Alguien
a pesar de todo
quiebra la rutina y se detiene
a leer un pájaro
a mirar el vuelo de un poema.

Rosa Fasolís
del libro “Sacramento y ceniza”

sábado, 19 de diciembre de 2009

Sentar cabeza

Hoy quiero dejar una especie de relato muy cortito, que en su apuro por terminar peca de reflexivo.


Sentar cabeza

Doblé cuidadosamente mi antiguo anhelo de ser yo, y lo guardé en el estante más alto, en ese que nunca miro por falta de tiempo, y de consuelo. Alcancé por fin la sublime meta que persigue todo hombre: ser dueño de sus actos. Aunque a veces pienso que fueron ellos quienes alcanzaron su sublime meta.

Si no atiné a elevar mi voz, ni ensayé una precaria defensa, no fue por falta de coraje, sino porque me vi sorprendido ante una emboscada de meritoria simpleza.


Alejandro Laurenza

sábado, 12 de diciembre de 2009

Vuelta a las calles

Normalmente salgo a vender mis libros en la época cálida de Buenos Aires, digamos desde septiembre hasta marzo. Y lo hago de manera regular, cuando termino mi trabajo en la semana, o desde un poco más temprano los sábados y domingos, sabiendo que algunos días se vende más y otros días menos, pero que al final lo único que cuenta es la perseverancia.

Si bien me inicié en este rito apenas hube publicado Silencios de un Mundo allá por el año 1999, la verdad es que recién adquirí la constancia que necesitaba luego de publicar Maldita Conciencia en 2007. A partir de entonces me puse como meta llegar a vender mi libro número mil, y afortunadamente pude cumplirla a principios de este año.

Quizá no sea gran cosa visto desde afuera, pero les puedo asegurar que, ante la ausencia total de cualquier tipo de difusión, el esfuerzo es muy grande y sólo puede ser llevadero gracias a que las ganas lo son aún más.

Con todo esto, alcancé un punto en que un libro financia al siguiente, y hasta me permite cubrir gastos adicionales, como webhosting antes de que decidiera iniciar este blog, o señaladores para regalarle a la gente, o cualquier otra cosa que pudiera surgir. Así la venta de los quinientos ejemplares que conformaban la primera edición de Maldita Conciencia, me permitió publicar la segunda, pero esta vez de mil.

Sin embargo, uno sigue soñando con que los propios libros sean publicados por una editorial. Es verdad que podría continuar el camino que tengo emprendido, con más certezas que incertidumbres (olvidando que la vida entera es incertidumbre), pero lo otro implica cierto reconocimiento de que lo que hago vale la pena. Reconocimiento que aún no tengo.

Tal vez por eso esta temporada me retrasé en mi salida a las calles. La espera de El diario de Toba, que suponía estaría listo antes de diciembre, me dejó paralizado de alguna manera. Era ese el libro que quería vender, más allá de que las librerías hicieran también lo suyo. Pero ahora, ya asumido que este año no será (y que ojalá lo sea el siguiente), vuelvo a salir con mis retoños anteriores bajo el brazo.

sábado, 5 de diciembre de 2009

El punto final

Acabo de terminar de escribir mi primera novela. Luego de varios meses de trabajo, atrapante y obsesivo por momentos, y cansador por otros, y de no pocos intervalos voluntarios o forzados, coloqué al fin el último punto de la historia (al menos por ahora).

Lo que viene es dejarla descansar, como indican las buenas costumbres, para iniciar entonces una corrección despiadada, ya no de nuestro libro/hijo, sino del libro/hijo de algún otro, a quien podremos criticar desde lejos, sin correr el riesgo de que el amor o el orgullo nos jueguen una mala pasada.

Pero, claro, que la historia descanse no significa que debamos descansar también nosotros. Tengo en mente algunas otras cosas que quisiera escribir, y de las que espero aprender, como siempre, que ya están formando una pequeña e imaginaria fila. En unos días más retomaré entonces la pluma, devenida en netbook, para embarcarme en lo nuevo, que me espera anhelante desde algún rincón desconocido de mí mismo.

Mientras tanto leo a García Márquez, en su Vivir para contarla, sobre el que debo confesar que me costó un poco engancharme al comienzo; quizá porque esperaba un libro más directo, en el que se su vida no fuera relatada como una novela, sino como simples memorias, ansiosas por salir a como de lugar. Pero, pasada la primera sorpresa, estoy ahora en un punto en que siento necesidad de leer y leer, y en que giro por momentos el libro, para mirarlo desde un costado, y constatar con cierta tristeza que cada vez me falta menos para llegar a su fin.