Parece mentira, pero no es raro encontrarme con gente que subvalore su propio barrio. Mientras ofrezco mis libros suelen aparecer ciertas palabras como “por acá nadie lee”, o “llegaste al lugar equivocado”.
Sin embargo, fiel a la obstinación habitual, sigo como si nada se hubiera dicho, para constatar invariablemente lo errado de aquellos juicios peyorativos.
Y me pregunto entonces, ¿puede una persona desconocer hasta tal punto los potenciales de la ciudad que habita?, ¿generaliza, tal vez, partiendo de sus gustos o afinidades?, ¿hay acaso oficios, profesiones, o niveles sociales que no permitan el disfrute de un libro?
Al último cuestionamiento respondo sin dudar que no. La experiencia en la calle derriba preconceptos, o por lo menos los deja tambaleando.
Y si no creen en lo que digo, miren alrededor. ¿Cuántas veces una persona cercana (amigo, vecino, compañero de trabajo, de estudios) consigue sorprenderlos con inclinaciones artísticas que juzgaban imposibles para la imagen que se habían hecho de ella?
Es que es tan poco lo que sabemos del otro. Apenas lo que se deja ver. Apenas lo que nos permitimos ver.
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lunes, 22 de octubre de 2012
lunes, 15 de octubre de 2012
Hubo un amor
Les dejo un poema de mi autoría.
Hubo un amor
Hubo un amor
que fue de infancia,
que fue de niño y de niña
como todos los amores ciertos,
aunque no quisiera ella
(o no supiera acaso)
corresponderlo.
Hubo un amor
que duró mil años,
que creció
entre juegos de mancha
y de rayuela,
entre escondidas al aire libre
(detrás de arbustos
o edificios)
o en algún cuarto
que supo hacerse oscuro
para saltar de un tranco
la vergüenza.
Hubo un amor
apenas sugerido,
apenas esbozado,
que sin saberlo
ni buscarlo
se diluyó por fin
de los ojos del niño.
Pero ese amor que hubo
y dejó de haber,
ese amor que fue de infancia,
que fue de críos,
acabó dejando huella
en los vaivenes
de la memoria
(como todos los amores ciertos).
Alejandro Laurenza
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