Explotaron las redes y los medios con la muerte de Galeano. Y yo, que lo siento uno de mis escritores de cabecera (aunque ya no lo lea con la pasión de antes), uno de mis formadores, de quien publiqué textos en este espacio una vez y otra, y del que tengo bien elegidas ciertas líneas que introducirán esa novela que no termino de corregir; no dije nada.
Hoy tampoco digo demasiado. Me alcanza con apropiarme de un relato, bastante conocido y humano y bello, que lo pinta mejor que cualquier testimonio.
El mundo
Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fuegüitos.
─El mundo es eso ─reveló─. Un montón de gente, un mar de fuegüitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.
Eduardo Galeano
de “El libro de los abrazos”
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