Tomo apuntes en un cuadernito espiralado. Ideas sueltas. Frases entrecomilladas de la canción que escucho, de la autora que se me dio por leer, o de los divagues propios a los que me entrego. No espero nada. Sólo escribo.
Los renglones de la hoja están demasiado juntos. Si los respeto, me asfixio. Si voy de dos en dos, me sobra el aire, siento que las palabras se me vuelan.
¿Qué hacer entonces?
Fácil, olvidarme de los renglones, escribir como si de una hoja blanca y lisa se tratara, no ceder a las presiones del diseñador de cuadernos de oficina.
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