Domingo. Me despierto demasiado temprano (el cuerpo no sabe de fines de semana). Camino a oscuras mientras todos duermen, cumplo la rutina mañanera. Me hago mate, como algo de pizza fría que quedó de anoche, me pelo una naranja y la corto en cubos. Mientras escucho música bajita en la radio, no me decido entre leer o escribir. Al final leo, o mejor dicho releo: desmenuzo Hombres y engranajes, de Sábato, uno de las tantas obras de él a las que llegué a fines de los años noventa. Ahora lo voy llevando sin apuro, intercalado con otros libros de otros autores completamente distintos. Advierte él, Sábato, sobre la mecanización del mundo, sobre el hombre (y la mujer, claro está) como partícipe pequeño e insignificante de esa maquinaria que fue construyendo, ilusionado por de más con el futuro próximo a sus pies. Y pensar que publicó esto por primera vez en 1951: antes de internet, de computadoras deshumanizantes (en la medida en que dejan de ser meras herramientas y se pretenden intermediarias obligadas de todo vínculo humano), de teléfonos pseudointeligentes, de la dificultad de entablar una conversación en la calle con un desconocido, sin el amparo de las pantallas que, cada vez más, nos tienen bajo control. Domingo. Tomo mate. Lo acompaño con naranja y pizza. Añoro un tiempo que ya no va a ser. Como todos los tiempos, me digo: dejan de ser, y aún así los seguimos habitando.
1 comentario:
"Hombres y engranajes" fue una lectura de fin de adolescencia o principio de la juventud, si es que hay un límite entre ambas... Después vinieron otros ensayos de Sabato que me llevaron a -para mí- su mejor obra: "Sobre héroes y tumbas". Esas lecturas son de tiempos que nunca dejan de ser...
Saludos, Alejandro.
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