Hubo un primer librito de poemas, que ya no edito, con el que mis familiares y amigos supieron que escribía. Época de escritor agente secreto, como leí en broma por ahí, aunque todavía estaba muy lejos de hacer propia la etiqueta escritor. Un librito que me dio la posibilidad de aprender rudimentariamente el proceso de publicar, registrar, contratar una imprenta, corregir, etc; y que, una vez tuve entre mis manos, me obligó a preguntarme: ¿y ahora qué hago con estas cajas inmóviles ocupando espacio en la habitación?
Entonces, imitando a los músicos que salen a tocar a la calle (a quienes solía escuchar a diario por aquel entonces, en mis trabajos del microcentro porteño), decidí salir también.
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