A mitad de año me preparaba mentalmente para salir de nuevo con los libros a recorrer la ciudad. Todavía el transporte estaba restringido y el virus seguía punzando desde las sombras; y los chicos, sin clases presenciales, lo cual como familia nos obligaba a tener una organización específica para estar con ellos y apoyarlos en las tareas diarias.
Hoy ya ando por las calles como si jamás se hubiera interrumpido la actividad. De la incertidumbre a la certeza (bah, certeza es una forma de decir, lo sabemos, una esperanza; pero ese es otro tema).
En definitiva, ahora me va bastante mejor que antes de la pandemia, y estoy decidido a seguir trabajando todos días para continuar creciendo, en un trabajo/oficio/vocación/sueño-imposible-alguna-vez en el que me siento definitivamente a gusto.
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